Equipo CkuriPor: Patricio Vega Contreras
Fotografías: Edgardo Solís Núñez y Patricio Vega Contreras
Una angosta y algo oscura escalera conecta el patio de la casa con su taller de trabajo en un segundo piso. Al subir cada escalón, comienza a aparecer una amplia sala que rápidamente capta la atención y que es una especie de lugar detenido en el tiempo.
Este es el “templo creativo” del pintor Marko Franasovic Bojanovic (53 años), donde es posible encontrar desde pinceles, cuadros, reliquias de computadores, pasando por parlantes y equipos musicales, hasta artículos de cine, notebooks y pequeñas figuritas de seres humanos y animales en lo alto de una repisa.
Aquí, la noche es su mejor aliada para trabajar como diseñador gráfico, preparar sus clases en la universidad y lograr esa conexión íntima con la pintura. En el taller, su “jornada activa” (como él la llama) parte diariamente alrededor de las 20 horas y puede llegar fácilmente hasta altas horas de la madrugada o al salir el sol. En gran parte de este tiempo, lo acompaña como fiel aliada su hija Karla (27), quien también es diseñadora.
De voz pausada, premunido de sus cigarrillos y un buen café, este antofagastino se caracteriza por un sello propio sobre la tela en base a colores fuertes y trazos largos, quizás porque desde niño fueron su mejor manera de expresarse, creando un puente de comunicación con los demás.
EXPOSICIÓN
Ya son años que su nombre tiene un prestigio ganado en el mundo cultural en la región y cuya última exposición “Diablos, Buques y Flores” estuvo varias semanas en la cartelera del Museo Regional de Antofagasta. Por cierto, un nombre muy apropiado a diferentes etapas de su vida y que sintetiza algunas temáticas de sus obras.
Es así que están presentes diablos patrimoniales vistos desde una reivindicación nortina, los barcos que divisaba cuando llegó al sector Gran Vía desde el centro y las flores, como un arraigo permanente de vida en el desierto. Y lo recalca con estas palabras: “No tengo un gran jardín en mi casa, pero tengo unas flores de mierdas, y son mías”.
Tu estilo es el denominado expresionismo figurativo, ¿en qué consiste?
Lo hice parte de mi trabajo, una porque en el diseño si bien había expresión plástica, no ahondaba y formaba mucho. Y al no tener un maestro específico en el arte, empecé a pintar casi en defensa propia. El expresionismo se caracteriza por exagerar formas, colores, dibujos y figuras emotivas, esto porque no tenía una formación desde la academia. Al no tener un maestro, me permitió desarrollar un estilo personal, donde todo sale de mi experiencia.
¿Se puede vivir del arte en Antofagasta?
Se puede vivir, lo que cuesta es ganar dinero (ríe), ahí hay una diferencia. Ganar dinero cuesta bastante, porque la zona no tiene estructura pedagógica, no hay academias y está el factor de la cultura minera, que está en todos lados y cuyo objetivo está asociado a la producción, el trabajo, salario y otras cosas.
CULTURA MINERA
¿La cultura minera también condiciona algunas temáticas de los artistas..?
Claro que condiciona, aunque no tiene nada de malo, son valores encontrados y neutrales. No sé si nadar a favor o en contra de este tipo de cultura, por lo general, trato de hacer los bordes y ser un artista libre que se plantea sus propias visiones. Ese factor puede ser determinante porque sigue en trayectoria, y quizás nadar contra la corriente, nos hace especiales o incluso distintivos. Nunca he pintado un tema minero, ni trabajado con dinero de las mineras, siempre he pensado que estos mismos encargos pueden condicionar el lenguaje y la libertad expresiva.
¿Cómo es el mundo de un pintor?
(Ríe)… Es bastante especial, quizás porque no busqué ser artista o pintor, yo sólo quería estar frente al computador en el diseño y lo otro se dio en el tiempo. Eso se fue dando. Al igual que un escritor, el pintor es muy solitario y requiere de mucho silencio, de reflexión.
¿Qué viene ahora?
La verdad es que no lo sé… no pienso mucho en ello. Los caminos de la pintura siempre son misteriosos.
