Autor: Patricio Vega Contreras
Fotografías: Ricardo de la Peña Toro

”Cuando era niño, mi mamá me llevaba a la pulpería (actualmente el cuartel de la Policía de Investigaciones en Antofagasta). En ese trayecto, pasábamos por la plaza y siempre veíamos a dos señores de bata blanca que tenían un trípode y una cajita con un lente. De ahí sacaban unos papelitos, que después volvían a colocar en el interior. Para mí, eso era mágico, algo que no lograba descifrar”.

Este es el primer contacto de Ricardo de la Peña Toro (63 años) con la fotografía y que más tarde sería la pasión de su vida. El popular “Chululo” (su llamativo apelativo da para otra historia) habla con orgullo de la fotografía y de sus 20 años como reportero gráfico de La Estrella de Antofagasta, en esos años cuando se revelaba la película o rollo fotográfico, del proceso de los químicos y, en definitiva, de todo ese ritual que significaba la salida de la foto desde el ya legendario cuarto oscuro.

Eran otros tiempos y eso se nota en la nostalgia de sus palabras al mencionar a compañeros de trabajo que tomaron el pulso a la historia de Antofagasta y que ya no están, como Willy Gómez, Mario Requena, Tito Cerda y Sigfrido Carrasco, con quienes no sólo los unió la adrenalina de las fotografías periodísticas, sino también una férrea amistad.

“Ya no puedo conversar con nadie, ya no están. Cómo voy a hablar de la puesta de sol… No, uno conversaba de la otra fotografía, de esa de los trucos que teníamos, del rollo, de la película. Antes había que pensar muy bien en tomar la foto, ahora uno borra, borra y borra, y listo”, cuenta en una clara alusión a la inmediatez de la fotografía digital y los celulares.

“Nosotros olfateábamos la noticia, andábamos en todas partes y nunca, pero nunca, dejábamos nuestra cámara. Siempre “andábamos cargados”, porque en cualquier momento podía estar la noticia, a la vuelta de la esquina. Ahí teníamos 36 posibilidades (fotos del rollo) para captar un hecho o la noticia. Eran otros tiempos que ya no volverán ”, dice con tristeza.


Con las nuevas tecnologías, ¿se perdió aquello del golpe periodístico?

-Claro, ahora uno saca la foto de la máquina, la envía por wsp o al correo, y la otra persona ya la tiene. Antes, uno tomaba la foto, había que llegar al cuarto oscuro, revelarla y “rezar” para que estuviera buena. Uno sabía cuál podía ser la gran foto, incluso cambiamos los químicos cuando esperábamos esa gran foto, pero nunca tenías la certeza hasta verla en el papel o la película.

ALUVIÓN

¿Cuál es la foto que más te marcó en tu trayectoria como reportero gráfico?

Hay dos. Primero, alguien me dijo en la Población Chile que debajo de un camión había un muerto. Estaba tapado con barro, la imagen era fuerte, y de su boca caía un hilito de sangre que contrastaba con el color oscuro de todo su cuerpo. Y la otra escena fue cuando entramos al Servicio Médico Legal, ahí vimos varias personas fallecidas por el aluvión, unas al lado de otras: estaban llenas de barro y los bomberos las manguereaban para limpiarlas un poco. Sus cuerpos y caras mostraban el impacto de la tragedia.

A nivel nacional ganaste varios concursos…

En el concurso de la Unión de Reporteros Gráficos de Chile (2014) gané dos primeros lugares a nivel nacional. Una, fue la ola gigante contra la Capilla Militar y el último motín de la cárcel en 2013, esas dos fotos son muy especiales para mí.

Ya alejado de las labores periodísticas, ¿en qué consiste tu proyecto de enseñar fotografía a los niños con tubos de papas fritas?

Fue un proyecto de Balmaceda Arte Joven que llamó a varios fotógrafos. Ahí nosotros teníamos que enseñar diferentes técnicas para tomar fotografías y a mí me tocó en una escuela con niños con Síndrome de Down. Hicimos cámaras con tubos de papas fritas, incluso en mi casa tengo una cámara de una nuez… y salen las fotos, eso me gusta, inventar. Me gustaría volver a repetir este proyecto y enseñar todas estas cosas. Quiero que los niños vean la magia de la fotografía.

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