Por: Patricio Vega Contreras
Fotografías: Ricardo Rodríguez Rodríguez

Vivir en el “techo” de la región no es tarea fácil, ni menos cuando el vecino más cercano está a varios kilómetros de distancia. Aquí, cuesta respirar, las nubes adquieren formas majestuosas y el viento pareciera tener filo cuando golpea la cara, en un paisaje único a 3.800 metros sobre el nivel del mar.
El poblado de Amincha, a 15 minutos de Ollagüe en vehículo 4×4 y 422 kilómetros de Antofagasta, es generoso en historias. Si bien en el pasado fue un fecundo pueblo que congregó la actividad azufrera, hoy es una especie de reliquia que alberga a las dos últimas mujeres que habitan en este lugar que está lejos de todo.

Acá viven Felisa y Aleja, dos adultas mayores con una energía digna de imitar. Ambas comienzan su rutina antes de que salga el sol (alrededor de las 5.30 horas) y su vida transita entre la crianza de animales y el cultivo de sus siembras, algo que realizan a la perfección.
Nada es impedimento para ellas, ni la carga de trasladar peso sobre sus espaldas, caminar varios kilómetros en la inmensidad de la precordillera, ni los imponderables de estar solas en medio de la nada.

INVESTIGACIÓN

Esta historia, vista con mayor profundidad en el perfil de Felisa, es parte de la memoria de título del fotógrafo y diseñador publicitario Ricardo Rodríguez Rodríguez (41), quien sintió la necesidad de contar cómo era la vida de estas dos mujeres. Todo ello está resumido en más de 2 mil fotografías, que después de un proceso de selección quedaron reducidas a 50, tras semanas de investigación repartidas durante cuatro meses.

¿Cómo nació esta tesis para tu título de grado?

Nació gracias a la conversación con una amiga de Ollagüe que trabajaba en el municipio y a quien le comenté que tenía que hacer mi memoria para sacar mi carrera de fotógrafo profesional. Me contó de unas señoras que vivían en Amincha y que eran las únicas que estaban quedando en ese lugar, que en el pasado fue un próspero centro azufrero. Han hecho ahí su vida, donde casi todo se mantiene intacto.

¿Y cómo llegaste a ellas?

Primero, me contacté con sus familias (que no viven con ellas) y les hablé del tema. Después me fui a descubrir a estas mujeres y me lancé a seguir su día a día, que realmente es algo que cuesta explicar. Viven en torno a sus animales y cosechas, y sólo viajan muy esporádicamente a Ollagüe y Calama. Es un mundo muy diferente al nuestro, casi completamente alejado de la tecnología.

COSTUMBRES

¿Cómo es la vida ahí?

Ellas tienen su vida ahí y están acostumbradas al silencio. Se levantan temprano, abren sus corrales, van a sus cultivos y sacan a pastar a sus animales, algo que puede durar horas. Desconocen muchas cosas de lo que pasa en el país, pero también tienen contacto a través de la radio y la televisión que tiene Aleja.

¿Cuál es el objetivo de este trabajo?

Es un trabajo foto-documental de cómo viven en un lugar tan alejado, de sus rituales, de las actividades, de cuál es su esencia. Estas personas viven casi con cero tecnología, alejadas del lujo y preocupaciones de la vida moderna. Eso sí, y en esto hay que ser justos, el municipio de Ollagüe siempre está pendiente de ellas.

¿Este trabajo es una reivindicación a las raíces y cosmovisión andina?

Es poca la gente que hoy valora las raíces. Por ejemplo, Aleja aún conversa con el árbol de un manzano que le dejó su esposo hace 20 años y Felisa tiene una vida muy simple, pero a la vez compleja por lo que significa vivir en un lugar tan lejano. Para ellas, los animales son casi todo.

¿Y qué significó para ti desde el punto de vista humano y profesional?

Es una enorme lección de la simplicidad de la vida. Por medio de este trabajo, quiero mostrar la identidad y el arraigo de estas personas por su tierra, por sus costumbres y tradiciones. Me gustaría seguir documentando esta historia tan bonita, pero alejada de todos, ése es mi nuevo desafío.

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