Equipo CkuriPor: Iris González Gamboa
Fotografías: Vesna Rojas Agurto
Creció, como dice, “con el barro arriba de la mesa”, pero no fue hasta que ya había formado familia en San Pedro de Atacama, cuando descubrió y decidió que se ganaría la vida como ceramista.
De niña, en su hogar había esculturas y hasta los objetos que ocupaban eran de manufactura familiar. “Yo crecí y aprendí el oficio mirando sin que te lo enseñen, por tradición familiar, de mi abuela y mi madre. Mi abuela fue una gran escultora chilena, Teresa Vicuña”, recuerda Tatané Durán Martinoya.
Su inspiración diaria la encuentra en su taller, que convive con su hogar en el Ayllu de Quitor. Todo, en una zona a la que llegó a los 19 años. Era 1986 y el San Pedro de Atacama de entonces- afirma – era muy distinto al de hoy. “En aquella época yo no tenía idea de que iba a seguir en el oficio como camino de vida”, cuenta.
Sin embargo, su inquietud artística y ese lenguaje que estaba ahí, al alcance de su mano, hicieron ebullición. “De repente, así como podría haber dicho cualquier otra cosa, dije: voy a hacer cerámica y como he sido bastante disciplinada en la vida, así comencé, con una idea bastante racional de hacer cerámica. Tenía mucho bagaje, porque mi madre había participado en un taller de cerámica de alta temperatura, entonces con ella tenía recetas de materiales, de esmaltes, de pastas…con mi abuela había tenido una experiencia vivencial de la forma”.
Así, experimentando con aciertos y errores, se vio atrapada por la cerámica, un oficio del que dice “tiene esa cosa de que al final el último veredicto, en definitiva, lo pone el fuego”.
El cambio de milenio la sorprendió montando en el poblado su “Taller La Mano”, donde ha volcado su experiencia e intereses. Uno de ellos es el arte rupestre de la zona norte, con el que comenzó a expresar. “En un viaje por Perú y Bolivia me di cuenta que en realidad había una conexión increíble en nuestro continente, más todo lo que había visto anteriormente de cerámica de todo el mundo, pero se me atrapó la mirada en la cerámica de Amerindia. Entender cómo había un relato tan sincronizado de nuestras historias con aspectos comunes, como los animales de poder, los personajes… cómo a través de la cerámica había un relato de la historia de nuestro continente”.
Ahí, dice, comenzó lo que define como su camino más racional, ya que anhelaba hacer un relato y una búsqueda hacia un lenguaje propio, “que cada vez se ha ido especializando más en el relato del territorio que habito, que es el Desierto de Atacama como yo lo veo”.
De los materiales pasó al desafío de las formas. A través de las diferentes técnicas de construcción, creó objetos que puedan ser utilitarios o utilitarios decorativos, “pero que tengan en ellos la unión de un relato y en ese relato yo voy pasando de la flora a la fauna, a los personajes antiguos del desierto con mucha libertad”.
Así nace “Zorro Colorado”, una especie que apareció para ella en las caminatas y que al llevarlo a su arte le valió el año pasado sumar su segundo Sello de Excelencia a la Artesanía (2019 y 2022), que concede el Comité Nacional de Artesanía del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio y el Programa de Artesanía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, bajo el patrocinio de la Oficina Unesco de Santiago. El primero fue en 2019, con “Protectores del Desierto”.
Según la creadora, le hace “mucho sentido en este momento traer la flora y la fauna, porque siento que nuestro territorio es uno que en su flora y su fauna tienen una fragilidad enorme en la conservación”.
Las obras de la pionera de los hornos de alta temperatura, talleres y las galerías de cerámica en la localidad, hoy resuenan en distintos países del mundo y los más diversos espacios; desde un banco a un restaurante, algo que le resulta muy gratificante. “Al salir la obra de acá del taller ya sigue su vida propia. Es un tremendo orgullo la verdad para mí.”
Ejercer el oficio- afirma -“ha sido la forma que yo he tenido de vivir, de ganarme la vida; es mi sustento y expresión”.
