“El arte debe florecer…la cultura es una necesidad”

Por: Jean Roblero Briceño
Fotografía: Patricio Baeza

De las aulas de las ciencias a los escenarios, una mujer que transformó su pasión en un legado, dejando una huella imborrable en la cultura de Antofagasta y el país.

El destino de Teresa Ramos, flamante ganadora del premio Ancla de Oro de Antofagasta, parecía estar escrito en los escenarios desde su infancia. Criada en un ambiente donde el arte escénico era parte del día a día, su amor por el teatro floreció de manera natural. “Mi abuelita amaba el cine y el teatro, y me llevaba a ver funciones desde muy pequeña. Recuerdo con emoción aquellos días en que me ponían en distintos papeles en la escuela, desde la negra verdulera hasta personajes más complejos. Era un juego que luego se convirtió en mi vida”, relata con nostalgia.

Sin embargo, su camino no fue lineal. Su interés por las ciencias la llevó a estudiar Biología y Química en la Universidad de Chile, sede Antofagasta. “Me fascinaban las matemáticas, la química, la biología. Mi intención era ser médica, pero el destino tenía otros planes”, comenta. Fue allí donde el teatro volvió a irrumpir en su vida, al integrarse a un grupo teatral en formación. Bajo la dirección de Alfredo Carrizo y en compañía de otros jóvenes apasionados, nació lo que sería la Compañía de Teatro de la Universidad de Chile en Antofagasta.

La llegada del maestro Pedro de la Barra en los años 60 fue un hito determinante. “Él nos transformó. Nos enseñó la disciplina, la pasión y la profundidad del arte dramático. Nos formamos con un rigor impresionante, pasando por teatro clásico, contemporáneo y diferentes estilos. No teníamos una escuela formal, pero nos educamos como los grandes artistas europeos, de la mano de maestros”, rememora Ramos con admiración.

La dictadura marcó una pausa obligada en esta efervescencia creativa. Acusaciones infundadas obligaron a De la Barra a dejar la universidad, pero el legado continuó. Teresa y sus compañeros mantuvieron viva la compañía, consolidándola como una de las más importantes de la región. En 1965, con la aprobación de una ley especial, se logró financiamiento para convertir el teatro universitario en una compañía profesional. “Fue un logro enorme, aunque no exento de críticas. Sin embargo, nos permitió seguir adelante y profesionalizar nuestro trabajo”, explica.

Su carrera la llevó a perfeccionarse en Europa y Estados Unidos, experiencias que marcaron su visión artística. “Estuve en París, en la Academia de Andorra en Couché, trabajé con compañías en Inglaterra y participé en festivales en Chicago. Fue un período enriquecedor, donde adquirí nuevas perspectivas y técnicas”, relata con entusiasmo.

A nivel personal, otro de sus grandes hitos fue su relación con Ángel Lattus, su compañero en la compañía teatral y en la vida. “Nos conocimos en la compañía, pero cada uno tomó su camino primero. Luego, el teatro nos volvió a unir y formamos una familia. Llevamos más de 50 años juntos, complementándonos en la vida y en el escenario”, comparte con una sonrisa.

Hoy, su mirada se enfoca en el futuro del teatro en Chile. “Me preocupa la falta de apoyo. En mi época, la educación pública tenía espacio para el arte. Hoy, los niños no tienen acceso a la formación artística en la escuela, y los jóvenes actores luchan por encontrar oportunidades. La cultura no puede ser vista como un lujo, es una necesidad”, enfatiza con convicción.

A pesar de los desafíos, Teresa Ramos sigue soñando. “Mi sueño es que mis hijos y nieta cumplan sus sueños y que la cultura en nuestra región tenga el reconocimiento que merece. Mi deseo es que el arte tenga el espacio que necesita para florecer”, concluye.

Teresa Ramos no sólo ha sido testigo de la evolución del teatro en Antofagasta, sino que ha sido protagonista de su historia. Su vida, dedicada al arte, es una prueba de que el talento y la perseverancia pueden transformar una pasión en un legado.

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