Por: Edgardo Solís Núñez
Fotografías: José Reinaldo Ferrán

Desde que diera sus primeros pasos en el mundo de la danza en su natal Mérida (Venezuela), esta energética bailarina y destacada estudiante de Arquitectura vive y respira por las artes. Su inquieta personalidad la ha llevado a desarrollar actividades de voluntariado y a estar ligada constantemente a la educación, herramienta clave para formar personas con sentido de pertenencia.

¿A qué edad te vinculas con la danza?

Fue antes de ingresar al jardín infantil. A los 3 años ya me encontraba vinculada con el mundo de la danza y de la gimnasia artística, gracias al incentivo de mis padres, quienes motivados por las artes y el deporte, siempre fomentaron espacios que me permitieran acceder a una educación integral. Las artes y el deporte son mundos complementarios, que me permitieron conocer la disciplina, la perseverancia y que fortalecieron aspectos de mi personalidad.

¿Cómo fue la experiencia de dejar tu hogar en Venezuela para venir a vivir a Antofagasta?

Fue un proceso que viví de forma intensa a los 13 años (2016) cuando la situación económica y social de Venezuela comenzó a empeorar. Fue Antofagasta la ciudad que le entregó a mi madre la oportunidad de continuar ejerciendo su profesión de médico (anestesióloga), lo cual le permitió a mi familia migrar. Los primeros meses fueron difíciles, llegué en verano, en época de vacaciones, sin amigos o conocidos. El hecho de ingresar a la Escuela de Ballet del Teatro Municipal de Antofagasta facilitó enormemente la transición.

EL MAR

¿Qué te enamoró de Antofagasta?

Migrar es un proceso fuerte y el cambio fue radical. Mérida, mi ciudad natal, es un lugar de montañas, con un clima estable, donde no hay estaciones, porque siempre es húmedo y lluvioso. Imagínate lo que significó dicho cambio, para llegar al desierto más árido del mundo, donde no había verde y la única fuente de agua que tenía era el océano. Antofagasta me cautivó desde un principio por su inmenso mar y sus cerros tan cercanos a la playa.

¿Cómo convive la danza con la Arquitectura?

Son artes que conviven a través del movimiento y del cuerpo. Todo radica en el movimiento, en la forma de cómo funcionan las estructuras y en cómo el cuerpo humano habita en un espacio determinado. La Arquitectura no es arquitectura sin tener cuerpo y sin considerar un cuerpo en un espacio. Ambas artes buscan que el cuerpo humano transmita su esencia, que fluya, lo que llevado a un concepto físico se pueda sentir y tocar. Es más, mi proyecto de Tesis de Grado trata sobre el Teatro Municipal. El hecho de ser bailarina me entrega el respaldo para idear soluciones y propuestas.

¿Qué le regalarías a Antofagasta para fomentar el arte?

Siempre he creído que la cultura debe entregarse desde la infancia, desde la educación, no puede ser un hobby, un pasatiempo o algo extraordinario. Las culturas y las artes deben ser inculcadas desde la niñez en los jardines, escuelas y liceos. Tenemos riquezas, pero aún no adquirimos una real conciencia de su importancia.

¿Educación para el cambio?

La educación es el elemento diferenciador entre las naciones. De ahí parte todo, de la educación. Reflejan nuestras falencias y nuestras fortalezas. Debemos evitar que nuestros pueblos sean ignorantes, nuestro desarrollo debe ir de la mano con la puesta en valor de nuestra riqueza cultural.

¿Cuáles son tus siguientes desafíos?

Siempre he querido seguir con la danza, me ha enriquecido como persona, soy lo que soy por la danza, me ha permitido conocer muchos lugares y aportado disciplina, algo que igual necesito en el desarrollo de mis estudios de Arquitectura. La danza me ha permitido sentirme completa como persona, mujer, artista y profesional. Por ello mi verdadero desafío es encontrar el equilibrio entre mis dos pasiones: la danza y la Arquitectura.

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