Por: Patricio Vega Contreras
Fotografías: Patricio Vega Contreras / Edgardo Solís Núñez

A los 91 años, el pintor Waldo Valenzuela Maturana tiene nuevos y ambiciosos proyectos. A sus habituales clases de pintura en el Liceo Experimental Artístico (LEA), sumará en los próximos meses el lanzamiento de un robusto libro llamado “La Historia del Arte en la Región de Antofagasta”. Un trabajo de dos décadas y que abarca más de 13 mil años.

Es un convencido que el rigor y la disciplina son parte esencial para alcanzar metas, sentimiento que resume con el aforismo griego “dibujar, ningún día sin ninguna línea”. Este ovallino de nacimiento lleva el arte en la sangre: aprendió a tocar el piano antes de hablar, en un ir y venir en su infancia por distintos lugares del Norte Chico. Con los años, vino en forma natural el dibujo y luego la pintura.

Con amigos de la talla del pintor Camilo Mori (Premio Nacional de Arte) y el poeta Andrés Sabella, quien lo “descubrió” en un viaje a Ovalle en una escala del recordado vagón cultural de la Universidad de Chile por el norte, no tardó en dar el gran salto artístico. Y desde el momento en que el literato antofagastino lo visitó en 1951, selló una amistad indisoluble con los años.

Ahora, en el taller de su casa en el sector Coviefi, ese que albergó hasta 12 alumnos cuando no encontraba trabajo por razones políticas, don Waldo guarda sus principales obras y proyectos. Siempre acompañado de una buena conversación y de crear algo nuevo, porque los años no son una barrera, sino una voz de la experiencia.

Este Caballero del Ancla de Oro en 1998 (máxima distinción que entrega la ciudad) en su etapa de juventud fue un “ateo militante” como se autodenomina, para convertirse con los años en un ferviente creyente… Es más, tenía planificada su llegada a un monasterio. Y cuando ya estaba todo listo, irrumpió una historia de amor que ya lleva 63 años junto a su compañera Ulda.

HISTORIETAS

¿Cómo fueron esos primeros años de artista?

Cuando comencé a dibujar, aspiraba a ser un dibujante de cómics, con toda la influencia de Walt Disney. En ese tiempo estaban de moda las historietas ilustradas y yo publicaba dibujos en la empresa Zigzag, que me pagaba por ello. Un día le escribí a René Ríos Boettiger, más conocido como Pepo, y me aconsejó estudiar en el Bellas Artes de Santiago y lo hice en 1952, pero ya no me interesaba el dibujo, sino la pintura.

¿Y cómo se produjo su conversión espiritual, que también marcará su carrera como pintor?

Después de ser ateo y simpatizante del Partido Comunista, el verano de 1955 se produce mi cambio cuando dibujaba el rostro y la figura de un lustrador de zapatos que trabajaba en la Plaza de Armas de Ovalle, a quien le decían “Piojillo”. Tras las idas y vueltas al Bellas Artes, todos los veranos volvía a pintarlo. Precisamente, estaba haciendo un dibujo a esta persona cuando de pronto me invade toda una plenitud, una felicidad tan grande que nunca más la he vuelto a sentir. Y mi lengua se movió sola y pronuncié ‘Cristo ha nacido en mí’ y ahí partió mi cambio en todos los sentidos.

LLEGADA

Y su llegada a Antofagasta, ¿cómo se gestó?

Esto también tiene que ver con mi conversión. El año 60, ya había tomado la decisión de regresar a Santiago… Me iba a dirigir al monasterio de los benedictinos para ingresar ahí, pues tienen tradición de pintores. Pero todo esto que tenía planeado no pudo ser, porque subí a pintar a Río Hurtado (al interior de Ovalle), ahí conocí a la que sería mi esposa y con ello se acabó la vocación benedictina.

Luego, llegué a Ovalle y mi papá me dice que llegó un telegrama de Antofagasta, lo abro y era de la Universidad del Norte que me invitaba a trabajar como profesor de Bellas Artes. Así, me casé en julio, ella tenía tres niños, por lo que era una aventura de iniciar algo complicada en el tema económico. Hablé con mi jefe administrativo (padre Alfonso Salas) y le dije ‘llegué soltero a la universidad y ahora estoy casado’. Así que le ofrecí hacer una charla mensual sobre pintura chilena y lo aceptó, incrementando mi sueldo.

¿Cuáles son los cuadros o temáticas que más satisfacción le han traído?

Mis tres fuentes de inspiración son el paisaje del norte, el misterio de la mujer y el tema cristiano. Con la Exposición Cristo en el Arte ya llevamos más de 30 años en la UCN y en un comienzo lo que pretendíamos no era muy santo, porque la intención era contar, a través de la vida de Cristo, una historia de una persona que fue detenida, torturada y ejecutada sin juicio.

¿Cómo es la relación con sus alumnos?

Más que formar a los alumnos, el objetivo es encauzarlos. En el caso de los artistas, yo ahí no meto la mano, respeto el talento primitivo, elemental, que trae el estudiante y que lo es más valioso. La primera parte de la obra de un pintor, casi siempre es desechada por distintas razones, pero ahí hay secretos, contenidos que no los vemos. Sin quererlo, en mis inicios estaba clarita la influencia diaguita, pero nunca me di cuenta, hasta hace pocos años, a pesar que un periodista ya lo había hecho hace 60 años. Todo lo demás que hice después es por influencia de alguien o por algún movimiento.

PARKINSON

¿Cómo ha afectado el Parkinson en su labor artística?

Estuve con diagnóstico de Parkinson durante 12 años, incluso adelanté mi jubilación en dos años. Pero fui a ver a un neurólogo por otro motivo y vio que me tiritaba la mano. ¿Parkinson?, me preguntó. Ahí me hizo una serie de exámenes y después me dijo que no era Parkinson, sino un temblor esencial o familiar. Voy a contar una anécdota bien positiva de esto… Cuando Claudio Di Girólamo estaba pintando el mural del estadio, estuvo en mi taller y vio mis colecciones. Y me dijo: ¿cómo logras ese efecto en la línea?, a lo que le respondí que no se logra, se da (risas).

¿En qué consiste su libro con la historia del arte de la región?

Le estoy dando los últimos detalles, para lanzarlo a fin de año. Me documenté desde que llegué a Antofagasta, es decir, hace 60 años. Con este libro, retrocedo miles de años desde al arte rupestre, desde los paredones rocosos de Taira, las pinturas del Médano, los petroglifos y geoglifos, hasta llegar a nuestros días. Es un gran resumen y siento mucho orgullo por ello.

El alma inquieta del pintor Waldo Valenzuela no descansa y afina los detalles de esta última aventura artística que quedará por siempre grabada en las páginas de los libros. Y como buen artista plástico, ya trabaja en un nuevo proyecto, pero eso es otra historia.

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