Desafío y pasión por la montaña

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Alejandra López Varas

Montañista, trabajadora del mundo minero y una voz inspiradora para muchas mujeres que buscan en la naturaleza no sólo desafíos físicos, sino también respuestas personales. El vínculo de Alejandra López Varas con los macizos escarpados comenzó de manera inesperada: sin experiencia, sin equipo técnico y con simples zapatos de seguridad, alcanzó su primera cumbre en el volcán Licancabur (5.916 metros sobre el nivel del mar) en 2007. Ese momento marcó un antes y un después en su vida.

Desde entonces, ha recorrido rutas, acompañado expediciones y construido una mirada femenina del montañismo donde destacan la intuición, la resiliencia, el liderazgo colaborativo y la conexión profunda con la naturaleza. En esta entrevista, reflexiona sobre sus aprendizajes, anécdotas y la forma en que la montaña ha sido clave en su proceso de empoderamiento.

¿Cómo comenzó tu vínculo con la montaña y qué significó para ti dar ese primer paso siendo mujer en un entorno históricamente masculino?

Mi historia con la montaña comenzó por casualidad. Me invitaron a una salida al volcán Licancabur en 2007, sin tener la menor idea de lo que implicaba, sin equipo adecuado, sin preparación técnica. Fui por pura curiosidad. Recuerdo que esa vez fui la única mujer del grupo que logró hacer cumbre. Lo hice con zapatos de seguridad, literalmente. Y, sin embargo, algo cambió en mí desde ese día.

Esa experiencia fue un despertar. Me dije: “Si logré esto así, ¿qué no podría lograr con preparación real?”. Supe que había encontrado algo que me identificaba profundamente. En cuanto al hecho de ser mujer en un entorno masculino, nunca lo vi como una barrera. También trabajo en minería, donde el ambiente es mayoritariamente masculino, así que para mí fue una extensión de lo cotidiano.

CONFIANZA

¿Qué desafíos específicos has enfrentado como mujer en el montañismo, tanto físicos como culturales o simbólicos, y cómo los transformaste en fortalezas?

He enfrentado varios desafíos, especialmente al inicio. Faltaba información, recursos, apoyo técnico. Además, a veces surgen dudas externas -y también internas- sobre si una será capaz de resistir rutas exigentes. Pero cada una de esas dificultades las fui transformando. Me preparé físicamente, fortalecí mi mente y aprendí a confiar en mí. Culturalmente, aprendí a no pedir permiso para estar en la montaña. A ocupar mi lugar con respeto, sin tener que justificarlo.

¿Qué sientes al estar en la cima de una montaña?

En la cumbre, muchas veces lloro. Es un momento muy personal, muy íntimo. No lloro por tristeza, sino por una mezcla intensa de gratitud, libertad y plenitud. En la altura, no hay máscaras. No hay roles sociales, ni etiquetas. Solo estoy yo, tal como soy.

Estar allí me conecta profundamente con mi esencia. Me obliga a mirar hacia adentro, a reconocer lo que he superado y a preguntarme hacia dónde quiero ir. La montaña, para mí, es un espacio de sanación. En ese silencio, me siento completamente libre. No hay juicios, no hay apariencias.

¿Hay una conexión especial entre tu experiencia como mujer y la naturaleza que te rodea?

Definitivamente. En la montaña hay una energía femenina muy profunda. Es contenedora, sabia, desafiante, transformadora. Me siento completamente conectada con la tierra, con el cielo, con el aire, los animales, las flores… incluso con los pequeños insectos que cruzan el sendero.

La naturaleza me devuelve a mí misma. Recuperé mi lado femenino en la montaña. Allí puedo ser niña y mujer a la vez. Esa conexión me hace sentir viva, auténtica y en equilibrio.

LIDERAZGO

¿Podrías compartir una anécdota que haya marcado tu camino como montañista y que hable de tu resiliencia, intuición o liderazgo femenino en expedición?

Una vez, en plena expedición, varios compañeros comenzaron a sentir el impacto de la altura y el agotamiento. Yo también iba cansada, pero algo dentro de mí -mi intuición, tal vez- me dijo que debía mantenerme fuerte. No se trataba de imponerme, sino de acompañar. Empecé a organizar cosas pequeñas, a motivar, a observar lo que cada uno necesitaba.

Ese momento me enseñó que el liderazgo no siempre grita. A veces, simplemente acompaña en silencio. Fue una experiencia que reafirmó mi confianza.

¿Qué aporta la mirada femenina al mundo del montañismo y a las formas de relacionarnos con la naturaleza?

La mirada femenina aporta sensibilidad, conexión emocional y una forma más colaborativa de estar en el entorno. Nosotras no vamos a conquistar la montaña, vamos a habitarla por un momento, a compartir con ella. Creo que las mujeres tenemos una gran capacidad para leer el contexto, cuidar y desafiar sin necesidad de imponernos.

Un ejemplo sencillo: siempre llevo una aguja e hilo en la mochila. En una ocasión, un amigo rompió el haza de su mochila y todavía faltaban horas para llegar al campamento. Un simple zurcido alivió su carga. Ese tipo de gestos también es liderazgo. Aportamos desde los detalles, desde el cuidado, sin perder fortaleza.

SIMBOLISMO

¿Qué mensaje le darías a otras mujeres que sueñan con conquistar cumbres, ya sea reales o simbólicas, pero que aún no se atreven a intentarlo?

Les diría que no esperen sentirse listas. Que no hay edad ni cuerpo ideal. Que no importa el pasado ni las dudas. Si sienten ese llamado interno, escúchenlo. Las cumbres -reales o simbólicas- no están reservadas para quienes lo saben todo, sino para quienes se atreven a comenzar.

La transformación no ocurre sólo en la cima, sino en todo el camino. En cada paso, en cada decisión, en cada error. Subir sin saber nunca fue una excusa para mí, y tampoco debe serlo para otras. Claro, hay que hacerlo con responsabilidad y cuidado, pero con determinación. Esa primera vez ya cambia la mirada sobre la vida.

¿Cómo crees que el montañismo puede convertirse en una herramienta de empoderamiento para las mujeres y de transformación personal y social?

El montañismo te saca de la zona de confort. Te enfrenta a lo esencial. Te muestra de qué estás hecha. Es una herramienta de empoderamiento porque te permite ver tu fuerza, escuchar tu voz, confiar en ti. No se trata sólo de subir montañas: se trata de descubrir que somos capaces de mucho más de lo que creemos.

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