Por: Patricio Vega Contreras
Fotografía: ELÍAS VILLARROEL ALVAREZ

Un nostálgico viaje al pasado… Esa es la nueva apuesta del actor y jefe de Carrera de Artes Escénicas de la Universidad de Antofagasta, Alberto Olguín Durán (51 años), quien se sumergió durante cinco años en libros y diarios del siglo XIX y XX para conocer cómo los antiguos teatros marcaron el pulso de la ciudad.

Lo que comenzó como una tesis de grado que abarcaba desde 1871 a 1930, lentamente fue dando vida a un libro conforme aparecían nuevos y sabrosos antecedentes de estos lugares que también fueron puntos de encuentro y entretención en una zona minera.

De acuerdo a tu libro “Los Teatros olvidados”, ¿cómo estos recintos marcaron el tejido social en Antofagasta?
Los teatros fueron clave en la comunidad, por eso hay una deuda con ellos en lo que se refiere al objeto arquitectónico en la constitución de la ciudad. Estos lugares tenían una labor artística, cultural, social, civil y política, desde un espectáculo común en la mañana a uno boxeril en la noche.

PATRIMONIO

¿Cuándo se instala el primer teatro?


El primero se remonta a 1871, según el historiador Isaac Arce, antes que tuviéramos un hospital (mayo de 1872) o un cuerpo de policía, lo que demuestra su importancia. ¿Por qué?, porque en el teatro se fue constituyendo la sociedad antofagastina. No se puede entender una ciudad sin su iglesia o espacios públicos, el teatro era eso. Hasta antes de la apertura del Canal de Panamá (1914), las compañías de todo el mundo venían para acá, ya que el puerto era el wi fi del pasado, la conexión con el mundo.

¿Y cuál era el contexto en una zona minera?

Muy importante, porque había una gran diferencia con lo que sucedía en Santiago, donde asistía una oligarquía que ve aquí un símbolo de estatus al tener sus palcos, que permitían mirar y que te miraran. En el norte hablamos de gente que dejó botado todo para venirse al desierto.

¿Cuántos teatros tuvo Antofagasta en su peak?

Tengo contabilizado 12 funcionando al mismo tiempo, esto después de 1900. También hay pabellones, carpas y hasta corridas de toros. Hay una necesidad de tener espacios donde hacer comunidad, aunque siempre hubo distinción social.

“CUÁTICO”

¿Qué es lo más sorprendente que encontraste en esta investigación?


Muchas cosas, entre ellos los incendios que eran muy comunes en estos lugares… Cuando llega la luz eléctrica, por ejemplo, en el Teatro Imperio se instalaron 3.200 bombillas. También me llama la atención el teatro de variedad. En 1896, llegó el circo Quiroz a Antofagasta y los ingenieros comenzaron a preparar su espectáculo en la Plaza del Ferrocarril (actual Sotomayor), con 100 mil litros de agua. En esta gran piscina se hacía una obra de teatro y aquí el público también participaba, y como todo estaba rodeado de agua, no se podía escuchar bien y movían las manos, es decir, en pantomima.

¿Una megaproducción?

Aún no logro relacionar cómo llenaron ese espacio y cuándo se demoraron en armar un espectáculo de estas características. Lo curioso, y quienes me conocen me dicen “ya vas a contar lo mismo”, es que al lado de estos espectáculos había cantinas, entonces aparece el concepto que cuando alguien se emborrachaba y discutía, empezaba a agitar los brazos y ahí la gente decía que se parecían a los de la pantomima acuática… Así surge el “no seas cuático”, justamente de este espectáculo, algo maravilloso y que lo seguiré contando.

¿Qué esperas con este libro?

Que se reivindiquen los espacios culturales. No es posible que en una ciudad de 350 mil habitantes tengamos un teatro y medio funcionando, lo que habla mal de nosotros como comunidad. Es como no tener estadios, parques o playas. Mi libro apunta a ser un llamado de atención y, más adelante, también habrá una segunda parte con la historia de todos los teatros del norte del país.

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